miércoles, 9 de febrero de 2011

Colombia cuenta con activos de un valor inapreciable para la economía y la paz si potenciamos a la agricultura, los bienes y servicios ecológicos. El factor humano, es decir, los campesinos y los grupos étnicos, la biodiversidad del país, así como experiencias valiosas aunque dispersas, son algunos factores que podrían hacer de la agricultura ecológica un motor de empleo, aumento y diversificación de exportaciones y consolidación de tejido social.

Existe en la actualidad un mercado mundial de productos ecológicos de 25 mil millones de dólares, que se duplica cada tres años, conformado por consumidores alemanes, norteamericanos, japoneses o belgas, que prefieren ciertos alimentos y otros productos elaborados mediante procesos ecológicamente sostenibles. Se trata de consumidores que no sólo pretenden el acceso a productos limpios, sino también la equidad económica para los productores de los países en desarrollo.

Como se sabe, trátese de la producción de una rosa, del café o de algún producto ilícito, la configuración de la cadena les adjudica a los comercializadores y otros agentes externos la mayor parte de la tajada. Que lo digan los cultivadores de flores de la Sabana de Bogotá, los empobrecidos cafeteros o los cocaleros, que se quedan con una fracción ridícula del precio de venta final en Nueva York.

La alternativa de los productos ecológicos se asocia con el concepto del “mercado justo”. Representa la oportunidad de mayores ingresos para la economía campesina de países como Colombia, la oportunidad de generar empleo para la población más vulnerable, la campesina y, por ende, la posibilidad de incursionar en mercados internacionales.

Alimentos, fibras industriales, maderas, productos medicinales, son algunos de los nichos del mercado mundial. Desde café ecológico hasta piña frita y cuanto “chip” de frutas se pueda imaginar, de mango o maracuyá; enlatados de granadilla, papilla de banano para bebés, algodón ecológico, especies nativas de madera, sábila, romero, limoncillo, cedrón; los servicios ambientales, como captura de carbono; agua o ecoturismo. Hay inmensas posibilidades de competir con éxito. Y ello sin agotar los recursos naturales. Las oportunidades de Colombia son inmensas.

Las motivaciones que hacen que los mercados ecológicos crezcan son diferentes. Para los países industrializados se trata de la conciencia de las evidentes limitaciones de los recursos naturales y la necesidad de reducir costos. Para las naciones del Tercer Mundo es la lucha contra la pobreza.

La política agropecuaria termina ejecutándose en Colombia a favor de los grandes propietarios. Por una parte, la masa crediticia disponible se ha orientado en forma primordial a proyectos agroindustriales asociados a paquetes tecnológicos con fuertes componentes de insumos químicos. Por otra, no se generó una cultura de la economía campesina con posibilidad de articulación a los mercados internacionales. En Colombia los campesinos están excluidos culturalmente del concepto de la agricultura comercial.

Hay elementos que pueden disparar la oferta de productos ecológicos en Colombia. Horticultores biológicos, aplicación de modelos autosustentables, organizaciones comunitarias, proyectos de entidades como la CVC (Corporación ambiental pública que opera para el Valle del Cauca) que apuntan en esa dirección. El problema es que no están articulados.

Quizás la experiencia del ministro Cano en la materia y la propuesta del ministro Gallegos de dar empleo a los alzados en armas en vez de pretender matarlos, pudieran vincularse a un proyecto nacional de agricultura ecológica campesina.

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